martes, 4 de febrero de 2014

JUAN WYCLIFFE

Juan Wycliffe
(1320-1384)
Traductor de la biblia al latín (Vulgata) y después al ingles.
                                              
John Wycliffe es la dramática biografía de la vida del sacerdote y erudito de la Biblia que tradujo por primera vez las Sagradas Escrituras al idioma inglés. Wycliffe estuvo envuelto en una serie de conflictos políticos y religiosos.

Profesor de la Universidad de Oxford y considerado como uno de los filósofos de más renombre de su época, fue uno de los más fervientes defensores del nacionalismo inglés en contra del papado y campeón de la lucha contra las injusticias que cometieron los ricos contra los pobres.

La Reforma antes de la Reforma Cuando Marco Polo comenzaba sus famosos viajes al lejano oriente en 1324, Juan Wycliffe cumplía 4 años de edad. Los Franciscanos radicales estaban denunciando las riquezas del Papado, y el Papa Juan XXII estaba a mediados de su reino. El mundo (como era conocido para los Europeos) estaba en paz; y Roma tenia autoridad final en las vidas de la gente del continente y las islas Británicas.

De Agustín y Constantino hasta el nacimiento de Wycliffe, la Iglesia era el centro de la vida de cada persona. La llamada "edad oscura" (una descripción puramente protestante) era simplemente un periodo de gran calma el cual vino fue producido por el poder de la Iglesia.

Juan Wycliffe vino al mundo en esta calma; En el siglo XIV poca gente sabía leer. En las abadías se hallaban raras copias de la Biblia en latín. En Inglaterra, un brillante estudiante, John Wycliffe, se volvió a Dios durante una terrible epidemia de peste en 1345.

Familia y juventud: Juan Wycliffe yace no sólo en sus obras, que todavía tienen influencia, sino también en sus actividades eclesiásticas. Aunque los reformadores del siglo XVI le conocieron y estimaron su vida y obras, su fama se incrementó aún más en tiempos posteriores, al generar sus producciones un conocimiento más completo que en tiempos anteriores, cuando permanecieron eclipsadas y desconocidas. Es cierto que hay muchos enigmas sobre su vida y actividades y que muchos sucesos ocurridos durante su periodo académico están todavía envueltos en la oscuridad, pero al menos se sabe lo suficiente para dar por seguro el rango que ocupa entre los hombres que precedieron a la Reforma, junto con las razones de su preeminencia. La forma de su apellido parece ser Wyclif. La familia procedía de antiguo origen sajón, asentada desde tiempo atrás en Yorkshire y extinguiéndose en la primera mitad del siglo XIX, permaneciendo siempre fieles a la Iglesia católica hasta el final. En su día la familia fue grande y cubrió una considerable porción de territorio, siendo su principal residencia Wyclif-on-Tees, del que Ypreswell era una destacada villa. Su año de nacimiento no está registrado en las fuentes contemporáneas y los datos obtenidos de sus escritos son tan generales que no permiten llegar a una conclusión segura al respecto. Sin embargo, parecen indicar que fue más bien antes de 1320 que después. Su infancia y juventud caen en el periodo en el que Inglaterra estaba obteniendo una creciente valoración en el exterior y cuando la posición eclesiástico-política del país estuvo marcada por un liderazgo influyente. Probablemente recibió su primera educación en las inmediaciones de su hogar.

Carrera universitaria. No hay informes que determinen cuándo fue por primera vez a Oxford, con cuya universidad estuvo tan relacionado hasta el final de su vida. El currículo normal de las universidades del periodo es bien conocido y por tanto la carrera universitaria de Wyclif es también conocida aproximadamente. El tiempo cuando estuvo en Oxford fue hacia 1345, añadiéndose luego una serie de nombres brillantes que dieron fama a la universidad, como los de Roger Bacon, Robert Grosseteste, Thomas Bradwardine, Guillermo de Occam y Richard Fitzralph. Wyclif debió mucho a los escritos de Occam; su interés en las ciencias naturales y matemáticas era considerable, pero se aplicó diligentemente al estudio de la teología y el derecho eclesiástico, ganando pronto reconocimiento en filosofía. Incluso sus adversarios reconocieron la agudeza de su dialéctica. Sus escritos demuestran que estaba bien versado en el derecho romano y en el de su propio país, así como en la historia nativa, almacenando gran conocimiento por el Polychronicon de Ranulf Higden. En la universidad no faltaba la fricción política y científica. Como en otras universidades del periodo los estudiantes estaban inscritos por 'naciones'; en Oxford había dos de ellas: los septentrionales o boreales y los meridionales o australes, teniendo cada uno su procurador escogido por el conjunto de la nación. Wyclif pertenecía a los primeros, prevaleciendo en ellos una tendencia anti-curial, mientras que los segundos eran curiales en su preferencia. No menos aguda era la separación entre nominalismo y realismo. Wyclif era realista. En medio de tales controversias Wyclif llevó a cabo sus estudios universitarios. Una familia, cuya cuna estaba en las inmediaciones del hogar de Wyclif, en el castillo de Bernard, había fundado en Oxford el colegio que llevaba su nombre, Balliol, al que Wyclif perteneció, primero como estudiante, luego como profesor y finalmente como rector, no después de 1360.

Primeros cargos. Cuando recibió del colegio la toma de posesión en 1361 de la parroquia de Fylingham en Lincolnshire, tuvo que dejar la dirección del colegio, aunque recibió el cortés permiso de residir en Oxford; el testimonio original indica que sus habitaciones estaban en los edificios del Queen's College. Su avance universitario siguió su curso usual. Mientras era baccalaureate se ocupó en ciencias naturales y matemáticas, teniendo el derecho como profesor de dar clase de filosofía y logrando pronto reputación. Pero de destacada importancia fue su celoso estudio de la Biblia, en el que se embarcó tras ser bachiller en teología. Su fidelidad, verdad y diligencia hicieron que Simon Islip, arzobispo de Canterbury, le pusiera al frente de Canterbury Hall en diciembre de 1365, donde doce jóvenes estaban preparándose para el sacerdocio. Islip había destinado la fundación especialmente para el clero secular, pero cuando murió en abril de 1366, su sucesor, Simon Langham, hombre de trasfondo monástico, entregó la dirección del colegio a un monje. Aunque Wyclif apeló a Roma, el resultado fue desfavorable para él. Este incidente fue visto erróneamente por algunos de los contemporáneos de Wyclif, como William Woodford, como la génesis de su posterior ataque contra Roma y el monasticismo. Entre 1366 y 1372 obtuvo su doctorado en teología. Como tal tenía el derecho a enseñar teología sistemática, lo cual ejerció celosamente. Pero es un error trazar a esas clases el origen de su Summa, que se debió a otros estímulos. En 1368 dejó su residencia en Fylingham y tomó el rectorado de Ludgershall en Buckinghamshire, no lejos de Oxford, lo que le permitió retener su relación con la universidad. Seis años más tarde (1374) fue nombrado rector de Lutterworth en Leicestershire, cargo que ostentó hasta su muerte. Ya había renunciado a una prebenda en Westbury, porque era contraria a sus convicciones de desempeñar más cargos de los que pudiera ejercer en la cura de almas.

Bases de sus actividades reformadoras. En Oxford desarrolló una completa actividad académica como profesor; allí escribió sus primeros escritos reformadores y también predicó con éxito. Pero no fue en esos campos donde Wyclif obtuvo su posición en la historia, sino de sus actividades en la política eclesiástica, en las que se empleó a mediados de la década de los setenta cuando comenzaron también sus actividades reformadoras. En 1374 estaba entre los delegados ingleses en un congreso de paz en Brujas. Ha sido opinión generalizada que esta honorable posición se le concedió por su conducta patriótica manifestada el año 1366, cuando buscó el interés de su país antes que el del papado. Parece que ya entonces tenía un distinguido lugar como patriota y reformador, lo que hace que surja la pregunta de cómo llegó a sus ideas reformadoras. Ha habido muchas contestaciones erróneas a la misma, particularmente con referencia a la relación de Wyclif con movimientos anteriores de reforma en la Iglesia. Poco puede decirse en favor de una relación con los valdenses, cuyas actividades apenas llegaron a Inglaterra. Más bien la raíz de su movimiento se debe trazar hasta el estudio de la Biblia y especialmente a la legislación político-eclesiástica de su tiempo y del precedente. Estaba familiarizado con las tendencias de la política eclesiástica a las que Inglaterra debió la honorable posición que tuvo en el siglo XIV. Había estudiado los procedimientos de Eduardo I (1272-1306), el rey más popular de Inglaterra, y no solo atribuyó a ellos el fundamento parlamentario opuesto a las usurpaciones papales, sino que había encontrado métodos de procedimiento en asuntos relacionados con las cuestiones de las posesiones temporales y la Iglesia. Muchas declaraciones en su libro sobre la Iglesia recuerdan la institución de la comisión de 1274, cuya actividad deparó tanto dolor y sufrimiento al clero inglés. Wyclif consideró que el ejemplo de Eduardo I debería ser tenido en cuenta por el gobierno de su tiempo, lo que con aplicaciones prácticas y propósitos elevados resultaría en una reforma del sistema eclesiástico. Similar era su posición con respecto a las promulgaciones inducidas por la política eclesiástica de Eduardo III (1327-76), con las cuales estaba familiarizado y que aparecen totalmente reflejadas en sus tratados políticos. Su propia tendencia estaba en acuerdo completo con las leyes de Eduardo I y su nieto del mismo nombre.

Comienzo de su carrera política. La entrada del reformador en la escena de la política eclesiástica se relaciona con la cuestión del tributo feudal, del que Inglaterra era responsable por John Lackland (1200-16), que había permanecido sin pagar durante treinta años hasta Urbano V en 1365 y que éste había reclamado, se decía, en tono amenazante. Se dice que el país se levantó en contra de esta demanda del papa y el parlamento declaró al año siguiente que ni el rey Juan, ni ningún otro, tenían derecho, sin su permiso, a someter Inglaterra a una potencia extranjera. Si el papa hacía uso de las armas se encontraría con una resistencia unida. Además se dice que Urbano reconoció el error que había cometido y tuvo que abandonar sus pretensiones. Sin embargo, es seguro que aunque la demanda del papa fuera un hecho, no hay evidencia de tal surgimiento patriótico. El tono del papa de hecho no era amenazante y no era su intención arrastrar a Inglaterra a la corriente política de la Europa occidental y meridional. Se esperaba que se oyeran en Inglaterra nítidas palabras, por las estrechas relaciones del papado con el enemigo hereditario de Inglaterra, el reino de Francia. Se afirma que Wyclif también en esta ocasión resultó prominente, que sirvió como consejero teológico al gobierno y compuso un tratado polémico sobre el tributo, defendiendo a un monje anónimo contra la conducta del gobierno y el parlamento. Esta acción marcaría la entrada de Wyclif en política hacia 1365-66. Pero el tratado sobre el que esta conclusión se basa, que es conocido solo de una reimpresión incompleta e incorrecta de Lewis, toma la ocasión de circunstancias que surgieron un siglo después. Las actividades de Wyclif en esta dirección se ejercieron en el estrecho círculo de Oxford y su participación más importante comenzó con el congreso de paz en Brujas. Allí se llevaron a cabo negociaciones en 1374 sobre la paz entre Francia e Inglaterra, mientras que al tiempo los comisionados de Inglaterra trataban con los legados del papa sobre los perjuicios eclesiásticos. Wyclif estaba entre los que estuvieron en estos asuntos a consecuencia de un decreto fechado el 26 de julio de 1374. Si se afirma que su nombramiento se debió a su anterior postura contra las demandas del papado, esa afirmación ignora que la elección de un duro oponente del sistema de Aviñón habría roto las negociaciones de paz y que fue designado simplemente como teólogo, ya que se precisaba un erudito bíblico junto a los entendidos en derecho civil y canónico. No era necesario un hombre de renombre y mucho menos un mero defensor de los intereses del Estado. Es ilustrativo de esto que un predecesor en un caso similar fuera John Owtred, un monje que había formulado la declaración de que San Pedro había unido en sus manos el poder espiritual y el temporal, que era justo lo opuesto a lo que Wyclif enseñaba. En los días de la misión a Brujas este monje todavía pertenecía al círculo de amigos de Wyclif. Por lo tanto, hay que reconocer que el lugar que se le ha asignado a Wyclif en esta misión ha sido demasiado elevado, ya que en ninguna manera tomó un papel determinante.

Incremento de tendencias anti-curiales. A estas alturas todavía el reformador podía ser contemplado por los partidarios del papa como digno de confianza y no ser tenida en cuenta su oposición a la conducta dominante de la Iglesia. El testimonio para ello viene de una fuente posterior, pero bien informada, a la que le fue difícil catalogarle como hereje. Las controversias que absorbían a los hombres de Oxford eran más filosóficas que teológicas o político-eclesiásticas y el método de discusión era académico y escolástico. Walden muestra la clase de hombres con los que Wyclif trató, aunque muy pocos escritos preservados muestran el método. Se puede mencionar la discusión con el monje carmelita John Kyningham sobre cuestiones teológicas (utrum Christus esset humanitas), o eclesiástico-políticas (De dominatione civili; De dotatione ecclesiæ). Las luchas de Wyclif con John Owtred y William Wynham (o Wyrinham) fueron anteriormente desconocidas, como las llevadas a cabo con su oponente William Wadeford. Cuando se recuerda que el propósito de Owtred era defender el interés político de Inglaterra contra las exigencias de Aviñón, probablemente se le verá en acuerdo con Wyclif más que en desacuerdo. Pero la unanimidad de sentimientos entre ellos en ninguna manera era completa. Owtred creía que cometería un pecado quien sostuviera que el poder temporal puede quitarse al sacerdote, incluso al que es indigno; Wyclif contemplaba a ese sacerdote un pecador que incitaba al papa a excomulgar a los laicos, cuando éstos privaban a los malos clérigos de su poder temporal y enunció el principio de que un hombre en pecado no puede gobernar. Posteriores investigaciones han arrojado luz sobre otro oponente de Wyclif, el monje William Wynham de St. Albans, donde la tendencia anti-Wyclif era considerable. Wyclif se quejó de que este benedictino y profesor de teología en Oxford había llevado a la calle las controversias, que estaban confinadas a la esfera académica. Pero al ser de dominio público se convirtieron en un acontecimiento, ya que estaban relacionadas con la oposición del parlamento a la curia. Wyclif mismo relata (Sermones iii. 199) cómo bajo la profunda impresión que le causaron sus estudios bíblicos llegó a la conclusión de que había un gran contraste entre lo que la Iglesia era y lo que debía ser, deduciendo la necesidad de reformarla. Sus ideas de reforma subrayaban particularmente lo pernicioso del gobierno temporal del clero y su incompatibilidad con la enseñanza de Cristo y los apóstoles, tomando nota de las tendencias que fueron evidentes en las medidas del 'buen parlamento' (1376-77). Se aprobó una enmienda con ciento cuarenta párrafos en la que se señalaban los perjuicios causados por la curia, eliminándose las reservas y comisiones, prohibiéndose la exportación de dinero y expulsando a los recaudadores extranjeros.

Declaración pública de sus ideas. En este periodo es cuando Wyclif comienza a destacar. Estaba entre los que veían que la secularización de los bienes eclesiásticos en Inglaterra era beneficiosa. Tenía como defensor nada menos que a Juan, duque de Lancaster. No quedando satisfecho con divulgar sus ideas en su cátedra, comenzó poco después de regresar de Brujas a expresarlas por escrito, produciendo su gran obra Summa theologiæ en apoyo de las mismas. Ya en el primer libro, sobre el gobierno de Dios y los diez mandamientos, atacó el gobierno temporal del clero, declarando que en las cosas temporales el rey está por encima del papa y que acumular anatas e indulgencias es simonía. Pero su entrada en la política de su día la hizo por su gran obra De civili dominio. Aquí anticipó las ideas por las que el buen parlamento sería gobernado, implicando la renuncia de la Iglesia al dominio temporal. De esta formulación se desprendieron luego las leyes posteriores. En este libro se hallan las más fuertes denuncias contra el sistema de Aviñón con sus comisiones, exacciones, derroches de beneficios para sacerdotes indignos y cosas semejantes. Cambiar todo eso es asunto del Estado. Si el clero usa mal la propiedad eclesiástica se le debe quitar y si el rey no lo hace está incumpliendo su deber. La obra contiene dieciocho tesis, en las que se opone a los métodos de gobierno de la Iglesia y a la resolución de sus posesiones temporales. Wyclif expuso estas ideas ante sus estudiantes en Oxford en el otoño e invierno de 1376, tras lo cual se vio envuelto en la controversia con hombres como William Wadeford, William Wynham y otros. Aunque hubiera preferido haber restringido estas discusiones al aula de clase, pronto quiso proclamarlas desde los tejados y que los señores temporales y espirituales las conocieran. Mientras que éstos le atacaban y querían ponerle bajo censura eclesiástica, él logró la defensa de los primeros por su ataque a las posesiones terrenales del clero. Aquí comienza una etapa de actividad literaria fructífera que solo acabó con su muerte.

Conflicto abierto con la Iglesia. Wyclif estaba poseído por la idea de que sus ideas se llevaran a efecto, debiendo la Iglesia ser pobre, como lo fue en el tiempo de los apóstoles. Todavía no había roto con los frailes mendicantes y de entre ellos escogió el duque de Lancaster a los defensores de Wyclif. Aunque el reformador ofreció garantías en las explicaciones que dio después de que no era su propósito incitar a los poderes temporales a codiciar la propiedad de la Iglesia, las verdaderas tendencias de las proposiciones eran bien claras. En Bohemia el resultado de las doctrinas fue el mismo, al desposeerse a las fundaciones eclesiásticas más ricas, en un breve espacio de tiempo, de sus posesiones temporales. Estas ideas hubieron de ser subrayadas fuertemente, pues la curia le acusó con no menos ahínco. En los planes de Lancaster entraba tener una personalidad como la de Wyclif a su lado. Especialmente en Londres las ideas del reformador ganaron apoyo y numerosos miembros de la nobleza se adhirieron a él, escuchando el pueblo gratamente sus sermones. Predicó en varias iglesias de la ciudad y todo Londres se deshacía en alabanzas. Pero también tenía adversarios. Los primeros en oponerse a sus tesis fueron los monjes de las órdenes que tenían posesiones, para los que sus teorías eran peligrosas. La universidad de Oxford y su episcopado cayeron luego en la acusación de la curia, que les acusaba de ser negligentes en su deber de poner coto al demonio en el redil inglés y llevarlo ante Roma antes de hacerlo en Inglaterra. No obstante, los obispos no estaban inactivos, al preferir tratar el caso en casa y no fuera. Wyclif fue citado ante William Courtenay, obispo de Londres, el 19 de febrero de 1377, 'para explicar las cosas inauditas que han brotado de su boca'. Los cargos exactos no se conocen y el asunto no fue más allá de una simple examinación. Lancaster, el mariscal Henry Percy y otros amigos acompañaron a Wyclif, siendo cuatro frailes mendicantes sus abogados, que eran partidarios de corazón del ideal de la pobreza. Una gran multitud se juntó en la Iglesia y a la entrada se comenzó a manifestar la animosidad, especialmente en un intercambio de palabras airadas entre el imperioso obispo y los protectores del reformador. Lancaster declaró que él humillaría el orgullo del clero inglés, aunque fueran de noble linaje (el obispo Courtenay era hijo del conde de Devonshire), insinuando su idea de posesionarse de las propiedades de la Iglesia. La reunión acabó y los nobles se fueron con su protegido.

Condenación papal. La mayor parte del clero inglés evaluó este encuentro con gran irritación y los ataques sobre Wyclif comenzaron con vehemencia, hallando eco en el segundo y tercer libro de su obra sobre el gobierno civil. Esos libros contienen una dura polémica, hasta el punto de que sus oponentes acusaron a Wyclif de blasfemia y escándalo, orgullo y herejía. De sus actuaciones se desprende que él ya había aconsejado la secularización de la Iglesia inglesa y que las facciones dominantes compartían con él la convicción de que los monjes podían ser mejor controlados si eran relevados del cuidado de los asuntos seculares. La reacción provocada por ese consejo se entenderá mejor si se tiene en cuenta que en ese tiempo el papado estaba en guerra con los florentinos y en gran estrechez. La exigencia de los frailes mendicantes de que la Iglesia debía vivir en pobreza como en los tiempos apostólicos no era agradable en tales circunstancias. Bajo esas condiciones Gregorio XI, en enero de 1377, fue de Aviñón a Roma, enviando el 22 de mayo cinco copias de su bula contra Wyclif, despachando una para el arzobispo de Canterbury y las otras para el obispo de Londres, Eduardo III, el canciller y la universidad. Entre los documentos adjuntos iban las dieciocho tesis que fueron denunciadas como erróneas y peligrosas para el Estado y la Iglesia. Se puede aducir que las actividades reformadoras de Wyclif comienzan aquí, ya que todas las grandes obras, especialmente su Summa theologiæ está en relación con la condenación de sus dieciocho tesis, mientras que todas las energías literarias de sus últimos años descansan sobre este fundamento. El objetivo de sus oponentes, que era presentarlo como un revolucionario en política, falló completamente. De hecho, la situación en Inglaterra se convirtió en peligrosa para ellos; el 21 de junio de 1377 Eduardo III murió y su poco glorioso final fue un triste contraste con los brillantes días de Crécy y Maupertuis. Su sucesor fue Ricardo II, quien estaba bajo la influencia de Lancaster, el protector de Wyclif. La bula contra Wyclif, aunque estaba fechada el 22 de mayo de 1377, no se hizo pública hasta el 18 de diciembre y el parlamento, que se reunió en octubre, entró en duro conflicto con la curia. Entre las proposiciones que Wyclif, por dirección del gobierno, elaboró para el parlamento había una que hablaba con nitidez sobre la expoliación de Inglaterra por la curia.

Enconamiento del conflicto. Cuando la censura de sus tesis fue conocida en Inglaterra, Wyclif buscó la ayuda del pueblo. Primero presentó sus tesis ante el parlamento y luego las hizo públicas en un tratado, acompañándolas con explicaciones, limitaciones y aquí y allá con interpretaciones. Una vez que acabó la sesión del parlamento, de acuerdo a las directrices papales, fue citado para responder en el palacio episcopal en Lambeth en marzo de 1378. Pero antes de que el procedimiento terminara se concentró una multitud con el propósito de liberarle, poniéndose de su lado también la reina madre. Los obispos, que eran de doble mente, se contentaron con prohibir al reformador seguir hablando sobre los temas en disputa. En Oxford el vicecanciller, siguiendo instrucciones papales, confinó a Wyclif por algún tiempo en Black Hall, de donde fue liberado ante las amenazas de sus amigos, no pasando mucho tiempo hasta que el vicecanciller fuera encerrado en el mismo lugar por haber cometido esa indignidad sobre Wyclif. Éste hizo suyo el uso según el cual el que permanecía durante cuarenta y cuatro días bajo excomunión quedaba sujeto a los castigos ejecutados por el Estado y escribió su De incarcerandis fidelibus, en el que exigía que debería ser legal que el excomulgado apelara al rey y a sus consejeros contra la excomunión. En este escrito abordó el caso totalmente y en tal manera que llegó al conocimiento del laicado. Escribió sus treinta y tres conclusiones esta vez no solamente en latín sino también en inglés. Las masas del pueblo, una parte de la nobleza y su antiguo protector, el duque de Lancaster, se pusieron de su lado. Antes de que pudieran darse pasos para contraatacar en Roma, murió Gregorio XI (1378). Pero Wyclif ya estaba inmerso en una de sus más importantes obras, que trataba sobre la verdad de las Escrituras. De hecho, al enconarse la disputa, recurrió más a la Escritura como fundamento de toda opinión doctrinal cristiana, probando expresamente que era la única norma para la fe cristiana. Anular este fundamento fue el desagradecido objetivo de sus enemigos. Para refutarlos escribió el libro en el que muestra que la Sagrada Escritura contiene toda la verdad y, siendo de Dios, es la única autoridad. No dejó de referirse en este libro a las condiciones bajo las cuales la condenación de sus dieciocho tesis fueron expuestas; lo mismo puede decirse de sus libros que tratan con la Iglesia, el oficio del rey y el poder del papa, completados en el plazo de dos años (1378-79). Ya que todo el mundo, enseñaba, entiende por 'la Iglesia' al papa y los cardenales (a quienes hay que obedecer para la salvación), es necesario hacer una clara distinción entre lo que la Iglesia es y lo que el hombre común supone que es. La Iglesia es la totalidad de aquellos que han sido predestinados a la bendición. Incluye la Iglesia triunfante en el cielo, los que están en el purgatorio y la Iglesia militante en la tierra. Nadie que se pierde eternamente tiene parte en ella. No hay sino una Iglesia universal, fuera de la cual no hay salvación. Su cabeza es Cristo. Ningún papa puede decir que él es la cabeza, pues no puede decir que él es elegido y ni siquiera miembro de la Iglesia.

Declaración sobre el poder real. Sería un gran error asumir que la doctrina de Wyclif sobre la Iglesia, que hizo tan gran impresión sobre Hus que la adoptó literalmente, fue resultado del Cisma de Occidente (1378-1429). En su idea germinal esa doctrina ya estaba incorporada en su De civili dominio. La conexión estrecha del libro, en lo que respecta a la Iglesia, con la decisión sobre las dieciocho tesis aparece en cada capítulo. Los ataques contra Gregorio XI aumentan rudamente y en ciertos lugares son extremos. Su posición en favor del ideal de la pobreza es continuamente firme, así como su posición ante el poder temporal del clero. Junto a ello está su libro De officio regis, cuyo contenido ya estaba anunciado en sus treinta y tres conclusiones: Se debería instruir sobre las obligaciones del reino para que pueda conocerse cómo los dos poderes, el real y el eclesiástico, pueden apoyarse mutuamente en armonía en el cuerpo formado en la Iglesia. El poder real está consagrado por el testimonio de las Escrituras y de los Padres. Cristo y los apóstoles dieron tributo al emperador. El rey es siervo de Dios. Peca de hecho quien se opone al poder del rey, ya que deriva directamente de Dios. Por esta razón, Pablo apeló a César, y los súbditos, especialmente el clero que están bajo el rey, deben pagarle tributo. A este fin el poder temporal ofrece justicia y protección. Los honores asociados con el poder temporal redundan en el rey; los que pertenecen al oficio sacerdotal, en el sacerdote. ¿En qué consiste el oficio real? El rey debe aplicar su poder con sabiduría, estando sus leyes en unión con las de Dios. De las leyes de Dios deriva su autoridad, incluyendo las que la realeza ejerce contra el clero. Si alguien del clero descuida su oficio es un traidor al rey, quien le pedirá cuentas. De esto se sigue que el rey tiene un control 'evangélico'. Cada uno en el servicio de la Iglesia debe considerar las leyes del Estado. En confirmación de este principio fundamental, los arzobispos en Inglaterra deben jurar sumisión al rey, recibiendo a partir de ahí su temporalidad. Hay una relación basada en la ley. El rey es además protector de sus vasallos contra todo daño que puedan hacerle a sus posesiones; el rey debe actuar en caso de que el clero, por su mal uso de lo temporal, cause perjuicio. Cuando el rey entrega lo temporal al clero, lo pone bajo su propia jurisdicción, de la que posteriores pronunciamientos de los papas no pueden liberarlo. Si el clero se apoya en pronunciamientos papales, debe someterse a la obediencia al rey.

 Se hace evidente que este libro, como los que le precedieron y siguieron tiene que ver con la reforma de la Iglesia en cabeza y miembros, teniendo el brazo temporal una parte influyente. Especialmente interesante es la enseñanza de Wyclif al rey sobre la protección de sus teólogos, es decir, la facultad de teología, cuyo deber es aconsejar al rey y al pueblo en cuestiones teológicas. Pero esa palabra no significa teología en el sentido moderno, sino conocimiento de la Biblia. Si las leyes del país han de estar en acuerdo con la Escritura, el conocimiento de la teología se hace necesario para el fortalecimiento del reino. A consecuencia de ello, el rey ha de tener teólogos en su entorno que permanezcan a su lado en el ejercicio de su poder. Su posición es semejante a la de los profetas bajo el antiguo pacto. Es su deber explicar la Escritura según la regla de la razón y en conformidad con el testimonio de los santos, además de proclamar la ley del rey y proteger su bienestar y el de su reino.

Doctrina de la Escritura. Al ser su trato sobre cuestiones de política eclesiástica lo que provocó que Wyclif se volcara en actividades reformadoras, ello hizo que dichas cuestiones ocuparan una gran parte en sus escritos. Sería un error suponer, sin embargo, que su oposición a la Iglesia era una continuación de la francesa bajo Felipe el Hermoso (1285-1314) o la de los alemanes bajo Luis el Bávaro (1314-46). Aunque partió en la política eclesiástica de la legislación inglesa promulgada en los tiempos de Eduardo I, declinó la conexión realizada por sus contemporáneos bajo la guía de Occam. De hecho, desaprueba tomar sus conclusiones de Occam y declara que las extrae de las Escrituras y hasta donde estaban sostenidas por los doctores de la Iglesia, de manera que no depende de facciones cismáticas anteriores en la Iglesia, sino que su atención se centra en la fuente hallada en la Escritura, a la que añade los cánones de la Iglesia. A estos últimos se volvió frecuentemente, aunque en los últimos años los rechazó explícitamente como leyes de hombres. En esos últimos años la autoridad plena era la Biblia sola que, según su propia convicción y la de sus discípulos, era suficiente para el gobierno de este mundo (De sufficientia legis Christi). Aparte de esto extrajo sus afirmaciones en apoyo de sus ideas reformadoras no sin intenso estudio y muchos conflictos espirituales. Él dice que cuando solo era un principiante estaba volcado en entender los pasajes que tratan de las actividades de la Palabra divina, hasta que por la gracia de Dios pudo captar el sentido correcto de la Escritura. Pero no fue una tarea fácil, pues la Palabra no se abre meditante la gramática que usan los muchachos. La Escritura tiene sus propias reglas, conteniendo toda la verdad y la más alta autoridad, al ser la ley de Cristo que no puede mentir, por lo que está por encima de todos los escritos humanos. La ley de Cristo es la que todos los hombres deben aprender, pues la fe descansa en ella solamente. Sin conocimiento de la Biblia no puede haber paz en la vida de la Iglesia ni en la de la sociedad y fuera de ella no existe un bien real y duradero; contiene todo lo necesario para la salvación, siendo infalible, sublime sobre el error y por tanto la única autoridad para la fe.
Esas enseñanzas las enunció Wyclif no solo en su gran obra sobre la verdad de las Escrituras, sino también en numerosos otros escritos, grandes y pequeños. Para él la Biblia era la fuente fundamental del cristianismo, por lo que todos deben conocerla. De esto se desprende fácilmente el siguiente paso, esto es, la entrega de la Biblia al pueblo en su lengua materna. No resulta difícil de entender el título de Doctor evangelicus que los wyclifistas ingleses y bohemios le dieron. De todos los reformadores anteriores a Lutero, fue él quien subrayó más la importancia de las Escrituras: 'Aunque hubiera un centenar de papas y aunque cada monje mendicantebfuera cardenal, serían confiables solo si concordaran con la Biblia'. Por lo tanto, en este periodo Wyclif reconoció y formuló el principio formal de la Reforma de la única autoridad de la Biblia para la creencia y vida del cristiano.

Teología y cristología realista. Sobre este fundamento bíblico se levantó la estructura de la enseñanza doctrinal de Wyclif. No obstante, no se movió de sus métodos escolásticos. Su doctrina de Dios lleva en su interior la huella del realismo especulativo. Rechaza la idea de que Dios es un mero concepto general, así como el concepto de que un Dios personal es un individuo, ya que ambas nociones descansan en bases nominalistas. El Dios omnipotente no está para él en ninguna manera limitado en su capacidad, por lo que Dios, por ejemplo, puede mentir; pero se trata de un poder que está regulado por la moralidad, auto-determinación y ordenado por sus propias leyes internas. El realismo de Wyclif sale a la luz especialmente con especial claridad en su doctrina del Hijo como el Logos, que es la palabra esencial, la condensación de todas las ideas, esto es, de todas las realidades inteligibles. De ahí el pronunciamiento siguiente: 'Cada criatura que puede ser conocida es la palabra de Dios en relación a su ser inteligible y por lo tanto en relación a su ser esencial; todo ser es de hecho Dios mismo'. Aunque estas y otras declaraciones señalan a una doctrina monista, Wyclif rechazó aceptar el panteísmo. A este respecto era seguidor de Agustín, quien en sus discusiones filosóficas no siempre fue capaz de evitar un matiz panteísta.

Voluntad, mal, fe y salvación. La misma tendencia se descubre en su antropología y su doctrina de la voluntad humana y el pecado. Estimó de especial importancia la afirmación de la libertad de la voluntad, siendo consciente de que el mérito de una acción está condicionado por ello. Pone especial cuidado en salvaguardar la santidad de Dios, no admitiendo la imputación de responsabilidad a Dios por la existencia el mal. Sostuvo la idea de que en la profundidad del corazón y la voluntad existe al menos una autonomía relativa, elevada por encima de toda compulsión. También afirmó la idea de que el mal no es una existencia positiva, sino una no-existencia, no una actividad, sino un defecto. Esas ideas estaban inspiradas en Agustín. No dudó en exponer esas ideas en sus sermones, pero cuidadosamente evitó el pensamiento de que era permisible hacer el mal para que resultara el bien. En su doctrina de la persona de Cristo sostuvo la idea eclesiástica tal como fue construida por Agustín, Anselmo de Canterbury y otros. Sobre todo subrayó la incomparable exaltación de Jesucristo como el único mediador entre Dios y el hombre, expresándolo en varias maneras y con muchas ilustraciones, tal como 'Cristo es el Santo de los santos, la única fuente de la salvación'. Los santos obtienen su dignidad por la imitación de Cristo. Con respecto a las fiestas de los santos y su culto, el 'Doctor evangélico' afirmó que podían ser útiles solo en tanto inflamaran el alma con el amor de Cristo. En ese sentido, Wyclif clara y conscientemente estableció la verdad de que la salvación era solamente por Cristo, lo cual le convierte en un auténtico precursor de la Reforma. Si por un lado trató con el orden de la salvación y no se opuso a la doctrina escolástica de los méritos de los santos, por otro se apartó sobre el asunto de los méritos de las obras, posicionándose en favor de la verdad de la libre agracia de Dios en Cristo. Subrayó la afirmación de que la fe es un don de Dios que llega por gracia al hombre. Con esto concuerda su ética, en la que valoró la humildad como raíz de todas las virtudes, mientras que el germen de la virtud cristiana es el amor a Dios y al prójimo. No obstante, él no tenía la idea bíblica y evangélica de la fe, pues se adhería al concepto escolástico, según el cual la fe llega a ser lo que debería ser solo mediante el amor, es decir, atribuye la justificación ante Dios a la santificación y buenas obras, no negando el mérito en última instancia. La justificación por la fe sola no estaba dentro de sus ideas.

Doctrina de la Iglesia. Su idea de la Iglesia, como se muestra arriba, fue diferente de la de su día; no era la congregación del obispo de Roma, sino la comunión de los elegidos de Dios. No los prelados y sacerdotes como tal, sino todos los miembros piadosos de Cristo pertenecían a la Iglesia. Igual que Agustín hizo una distinción entre el 'verdadero' y el 'pretendido' o 'mezclado' cuerpo de Cristo, estando los inconversos nominales en ella, pero no siendo de ella. De ningún hombre, ni siquiera del papa, se puede asegurar que es miembro de la Iglesia, salvo por sus frutos. Por lo tanto, aplicó el criterio ético y así llegó a la conclusión sobre las pretensiones de Urbano VI y Gregorio XI de su autenticidad para el cargo. Toda su enseñanza sobre un verdadero y falso papado, un verdadero y falso sacerdocio, descansan en este principio. Tal como los poderes de los apóstoles eran iguales, así ningún papa puede atribuirse el gobierno de la Iglesia; si Pedro poseyó cualquier prerrogativa sobre los otros, no estaba relacionada con poderes jurisdiccionales, sino con su mayor humildad. La Iglesia de su propio tiempo no necesitaba otro ministerio o sacerdocio que el de la Iglesia primitiva. Por lo tanto, no hizo distinción entre sacerdote y obispo; cada 'elegido' puede asumir el oficio de sacerdote, aunque no tanga ordenación episcopal, pues es un auténtico sacerdote constituido por Dios. Su tarea más valiosa consiste en la predicación del evangelio, más preciosa que la administración de los sacramentos y entre todas las obras caritativas es la más noble y deseada. Por eso todas las bendiciones y consagraciones de velas y palmas, de sal y otras cosas, que no tienen relación con la fe se han de rechazar, al igual que la veneración de reliquias, el culto a los muertos, las peregrinaciones y la adoración de imágenes. Para el predicador nada es más importante que la predicación; la única pregunta es ¿qué predicar al pueblo? Ciertamente no esas comedias y tragedias, sucesos apócrifos e insustanciales, con los que el predicador busca divertir a sus oyentes y así vaciar sus monederos cuando pase la colecta. El objeto del sermón es inducir a la imitación de Cristo, lo que lleva a una vida renovada y ello en las dos lenguas: el latín para los entendidos y la vernácula para el resto del pueblo. Por eso Wyclif en sus sermones latinos se dirige a los entendidos, sacerdotes y candidatos al sacerdocio. Sus primeros sermones, mientras estaba enseñando, los de su primer periodo en Oxford, pasan por alto la nota reformadora que hay en los otros, hallando estos últimos un eco más potente en Bohemia que en Inglaterra, pues en muchos círculos se creía que eran producto de Hus. Sus sermones en inglés son simples en forma y contenido, pero no les falta el sentimiento cálido ni la apelación que estimula a los oyentes. Muchas de sus enseñanzas, como la del purgatorio, no alcanzan una formulación tan adecuada.

La eucaristía. Su enseñanza sobre los sacramentos ocupa mucho espacio en sus escritos. Si el sacramento es simplemente el símbolo de un objeto santo, una gracia invisible, entonces siete es un número insuficiente para expresar los sacramentos, ya que de tales signos hay muchos. Por ejemplo, la predicación de la Palabra es tan sacramento como cualquiera de los siete que llevan ese nombre. Según ese criterio siete es un número demasiado pequeño, pero es demasiado grande si la norma es la base bíblica de su ordenación. Para la eucaristía el testimonio de la Escritura es el más fuerte; para la extremaunción el más débil. Entre los sacramentos el primero, rectamente administrado, tiene poder salvador. Pero hay una condición añadida para que la gracia opere en el sacramento, siendo la actitud y disposición de arrepentimiento del receptor. La operación de salvación no depende de la condición ética del sacerdote que lo administra. Sobre la eucaristía Wyclif pensó mucho, al ser el sacramento más santo y digno de todos. Pero luchó duramente contra la doctrina escolástica de su transformación. La opinión usual ha sido que Wyclif realizó su primer ataque sobre la transubstanciación en 1381, pero la fecha debe adelantarse hasta 1379, mientras que el fundamento de su enseñanza se halla en escritos y formulaciones anteriores. Sin embargo, fue en 1381 cuando expuso en sermones y tesis, en tratados polémicos y filosóficos y finalmente en una obra completa, la enseñanza eclesiástica de que después de la consagración el pan y el vino se cambian en el cuerpo y sangre de Cristo en tal forma que solo permanece la apariencia (los accidentes) de pan y vino. El sacramento del altar es pan y vino natural, pero sacramentalmente es cuerpo y sangre. Tras la consagración la hostia permanece pan local y sustancial, pero concomitantemente en un sentido figurado y sacramental es el cuerpo de Cristo, que los creyentes reciben espiritualmente. Wyclif quiso ilustrar esta enseñanza. Tal como hay una doble visión, la física y la espiritual, hay un doble comer. De ahí que en el sacramento no vemos con el ojo físico el cuerpo del Señor, sino por la fe como en un espejo y por parábola; similarmente, como una imagen es completa en cada punto del espejo, así sucede con el cuerpo del Señor en la hostia consagrada, que no lo tocamos o captamos, no lo masticamos, ni lo tenemos corpóreamente, sino espiritualmente, completamente intacto. Cuando Wyclif entró en el debate de lo que él llamó la 'novedosa' doctrina de la transubstanciación, era su expreso deseo oponerse a las ideas 'paganas', según las cuales cada sacerdote podía 'crear' el cuerpo de Cristo, pensamiento que le perecía horroroso, al atribuir al sacerdote el poder trascendente por el que la criatura da existencia su creador. Más aún, Dios es humillado cuando los hombres afirman que el Eterno puede ser creado diariamente, mientras que lo santo, el sacramento mismo, era por este medio profanado. Una vez que Wyclif hubo roto con la doctrina de la transubstanciación, manejó el tema con celo incansable en obras populares y filosóficas, en sus grandes producciones, pequeños tratados y especialmente en sus sermones.

Los otros sacramentos. Igualmente en el caso de los otros sacramentos, aunque no los rechazó completamente, no cesó por ello de oponerse al poder que se arrogaba el sacerdocio de administrarlos. Hizo la distinción en el bautismo entre los símbolos externos, habiendo un bautismo con agua y otro con el poder de Dios; o distinguió un triple bautismo: por agua, por sangre (el de los mártires) y por el Espíritu, siendo éste absolutamente necesario para la salvación y el primero de necesidad antecedente. El bautismo en agua no puede ser pasado por alto para los niños, quienes son también bautizados con el Espíritu, ya que reciben el bautismo de gracia. La confirmación, según Wyclife, no tiene fundamento en la Biblia; es una pretensión de los obispos asumir que tienen el don de impartir el Espíritu Santo, buscando en ello un incremento de su poder, sin el cual, afirman, la Iglesia no existe. Igualmente, la consagración de los sacerdotes tiene poca base en la Escritura. Rechazó la enseñanza de que los sacerdotes reciben autoridad por la imposición de manos del obispo para realizar los oficios de la Iglesia y que el obispo imparte en el sacerdote el Espíritu Santo e imprime sobre su alma una cualidad inextinguible, así como la afirmación de que 'como por el bautismo el creyente es distinguido del incrédulo, así por la ordenación el sacerdote es distinguido del laico'. La Iglesia apostólica solo tenía dos grados de clérigos: sacerdotes y diáconos; obispo y sacerdote eran lo mismo. No hay sacerdocio mediador entre Dios y el hombre, ni calificación para el oficio que dependa de la ordenación de un obispo, ni tampoco se imparte un carácter indeleble en la ordenación sacerdotal. Al reconocer un solo sacerdocio, todos los privilegios episcopales se caen por su propio peso. La graduación jerárquica en órdenes, desde el papa hacia abajo, es una invención del papado imperializado. Tampoco hay base bíblica para la extremaunción. El sacramento de la confesión fue introducido desde el tiempo de Inocencio III (1198-1216), suplantando la confesión ante Dios y la de la Iglesia apostólica en presencia de la congregación. La declaración de la absolución es una irrupción en el poder divino, habiendo poca justificación para la imposición de penitencia, pues el sacerdote no conoce su relación con el pecado, y lo mismo para la excomunión. Wyclife consideró el matrimonio un sacramento, pues es una institución divina y exige una sanción divina. Todo obstáculo al mismo que no está prescrito en la Biblia debería ser puesto a un lado, permitiéndose el divorcio cuando razones urgentes lo demanden. No favoreció las ostentaciones nupciales, sino las que beneficiaban el carácter de la institución.

El fundamento de la reforma de la Iglesia que Wyclife defendía descansa en que estimó la Biblia como la única autoridad para el creyente, de forma que tira por la borda tradiciones, enseñanzas, bulas, símbolos y censuras, al no estar sustentadas en la Escritura. Distinguió cuidadosamente entre la Iglesia y el Estado, relegando a la primera al control de la esfera espiritual; sobre ese principio quedan abolidos los derechos de infligir castigos y otorgar inmunidades, posiciones y oficios temporales y posesiones y poderes de esa categoría, como la Iglesia pretendía. En tanto se retrocede a la Iglesia apostólica es evidente la necesidad de la caída de la jerarquía y la abolición del monasticismo. En el culto, el principal elemento es la predicación del evangelio.

El wyclifismo después de Wyclif. El reformador vivió y murió en la esperanza de que la reforma de la Iglesia era algo que pronto se realizaría 'pues la verdad del evangelio puede tal vez ser oscurecida por la hostilidad del Anticristo, pero no puede ser quitada enteramente'. De hecho, en el periodo inmediatamente posterior a la muerte de Wyclif, el movimiento hizo significativos avances en Inglaterra, bajo el liderazgo de hombres tales como Nicholas de Hereford, John Aston y John Purvey, penetrando en todos los estratos sociales, pidiendo al parlamento su cooperación (1395) en sus reformas. Pero una vez que Thomas Arundel fuera arzobispo de Canterbury y particularmente tras el vacío dinástico y la ocupación del trono por la casa de Lancaster (1390), la Iglesia y el Estado se unieron para extirpar el wyclifismo. En los primeros años de la nueva dinastía se publicó el notorio estatuto De hæretico comburendo, que obligaba a entregar los escritos heréticos y ejecutar a los herejes en las llamas. Este fue el primer estatuto inglés que hizo de la herejía crimen capital. A pesar de la unión de las fuerzas del Estado y la Iglesia, fue tarea difícil restablecer la unidad de la fe contra los lolardos en Inglaterra. La adopción de medidas severas en Inglaterra se estimuló por la trasformación de los asuntos de Estado en Bohemia en el plazo de dos décadas. Las medidas iban dirigidas especialmente contra los predicadores itinerantes y después contra la universidad de Oxford, donde las tradiciones wyclifistas permanecían intactas. En 1408 se publicaron las 'constituciones', en cuyo séptimo artículo se prohibía la traducción de la Biblia al inglés; finalmente el ataque iba dirigido contra los defensores del wyclifismo entre la nobleza, cuyo miembro más destacado era Sir John Oldcastle, martirizado en la hoguera en 1417. Algunos de los seguidores ingleses de Wyclif buscaron un nuevo hogar en Bohemia, siendo el más conocido Peter Payne. En general, el wyclifismo sobrevivió al periodo de persecución y en el siglo XVI surgieron nuevos brotes que finalmente cristalizaron en la Reforma que se originó en Alemania.

El siguiente pasaje muestra un texto de Wyclif sobre la autoridad y recta utilización de la Sagrada Escritura:
'Para que la cristiandad tenga un fundamento autónomo, Dios puso la ley de la Escritura como reglamento, en que los cristianos deben basarse en todo lo que se refiere a su hablar y al significado de sus conceptos [...]. A pesar de que algunos profesores opinan que en tiempos del Anticristo y sus seguidores los cristianos idearían muchas maneras para hacer frente a sus intrigas, a mí me parece que la fe en la Biblia es el mejor medio para discernir si un hombre enseña y vive en armonía con la ley de Cristo [...] Si el amor por la ley corresponde al amor por el legislador, ¿cómo entonces un hombre puede amar a Cristo sobre todas las cosas, si desprecia su ley o la abandona para seguir la ley de los hombres? ¿Acaso no ama más el fruto de la ley que más adora, y por consecuencia, ama más los bienes efímeros que los eternos? Es exactamente lo mismo con el estudio que el hombre dedica a ampliar su conocimiento, porque éste significaría más amor por Dios si estuviera dirigido a la ley de Cristo, y por ende, un bien mayor. Y lo mismo se puede decir de los que multiplican las leyes de los hombres, con lo cual hacen pedazos el estudio de la teología. ¿Acaso la ley de Cristo, tal como es legada a la posteridad en la Biblia, no es suficiente? ...¿Acaso hay que creer que aquellos que estudian las leyes ajenas bajo el pretexto de conocer mejor la ley de Cristo, conservarla y protegerla, tendrán una disculpa creíble ante el tribunal del máximo juez? ¿Acaso no son sus propias acciones las que los denuncian? Deberían, en primer lugar, examinarse a sí mismos si entienden tanto de la ley de Cristo como deberían, siempre que se esfuercen por el conocimiento práctico de los mandamientos del Señor en la misma medida que conocen los reglamentos de los hombres. Deberían examinar, en segundo lugar, si el objetivo de sus estudios es llevar la vida pobre y esforzada de Cristo, o vivir en el goce y la pompa del mundo y quedarse con los ingresos y ganancias para sí y sus familias. Deberían examinar, en tercer lugar, si se esfuerzan para la realización y defensa de la ley de Cristo, que es la que siempre los guía, ¡en la misma medida con la que defienden su propia ley! Al contrario, ¿no es muy evidente en la política que los juristas se pelean sobre la superioridad y el rango superior de su ley por encima de la ley de Cristo, y por ende persiguen con más severidad a los que fomentan la ley de Cristo? Y si uno les pregunta por los diez mandamientos, ¡generalmente no saben el número ni el orden de ellos! De esto se deduce que los culpables son especialmente nuestros teólogos, nuestros monjes adinerados y nuestros curas juristas, que cierran el camino a la ley de Cristo.'






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